diciembre 26, 2024

Debajo de la Palmera: Los grises

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No, no me refiero a “los grises policiales“ de la época de Franco, que eran muy grises y te dejaban la piel gris a porrazos. No, no me refiero a ellos. Sino al color gris.

El gris es un color poco estimado. Se le tiene como un color triste e indefinido. Él se venga de tanto desdén, dejando su marca en la mayor parte de la realidad. Amplios e importantes trozos de la realidad que nos rodea. No es ni blanca ni negra. Es gris. En la política, por ejemplo, la presencia de los tonos grisáceos es muy grande. Cualquier persona que quiera moverse con acierto en el análisis de las realidades políticas tiene que saber moverse en las zonas grises. Donde no es fácil ni justo el juicio definitivo sobre personas y cosas, que haga de ellas una sola realidad simple y definitivamente enjuiciable. Es un tipo gris. Y lo hunden para el liderazgo.

Hay personas que no soportan el gris. Le tienen alergia. No entienden sino de blancos y de negros. El gris les resulta demasiado complicado. No se les ocurre pensar sino que el gris no es ni chicha ni limonada. El terreno de la doblez y de la traición. Cuando la verdad es que el gris es un color tan color como el blanco y el negro, y se puede ser tan fiel a él como a cualquier otro. Son personas que le tienen horror a la complejidad. Confunden complejidad con confusión. Confunden claridad con simplismo. Creen tener ideas claras cuando lo que en realidad tienen son ideas simples. Así como hay gente que cree tener un pensamiento complejo cuando lo que en realidad tiene es un pensamiento confuso.

En cambio hay inteligencias que sienten especial atracción por el gris. Les encanta el reto de adentrarse por sus vericuetos y por sus numerosos tonos y matices. Averiguar la forma irregular en que blancos y negros se combinan, se superponen, se entretejen, para dar lugar a una nueva realidad, gris, con vida propia, matriz de grises innumerables, irreductible a dos, tan simples componentes, como el blanco y el negro.

Moverse en los grises tiene sus riesgos. Por ejemplo, confundirse en el intento de aprehender y expresar a los grises, y caer en la mencionada equivocación de creer ser profundo cuando no se es más que confuso.

Por lo demás, eso de pasarse no es propiedad exclusiva de los grisófilos“, ni mucho menos. Todos conocemos personas que han pasado del blanco al negro con toda tranquilidad. En cierta forma, estos «pases» son peores, porque sus protagonistas adoptan con frecuencia la conducta del renegado, y los ve usted denigrando y burlándose de cosas que ellos mismos creyeron en épocas muy dignas de su vida. El grisófilo de baja estofa normalmente no pasa de ser un oportunista, pero no reniega de sus antiguas y, en su caso, ambiguas ideas. Desde un punto de vista humano y moral prefiero un oportunista a un renegado. Puesto a escoger, claro está.

Recuerdo una frase del escritor Scott Fitzgerald, que decía que la prueba de una inteligencia de primer orden era creer al mismo tiempo dos cosas opuestas y sin embargo poder funcionar. Demasiado sutil. Pero sí creo que una buena prueba de una inteligencia de primer orden es su capacidad para moverse entre los grises sin sufrir un ataque de pánico. Diría más: que una buena forma de medir el temple humano de una persona es su capacidad de aceptar la realidad de los grises, de tolerar el gris en las personas y, de alguna forma, amar ese gris. Como al terreno incierto donde el hombre, esa criatura amable que se abotona“, toma decisiones imperfectas.

Iñaki Anasagasti © elkarma.eus

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