abril 1, 2025

Debajo de la Palmera: Ciudad con olor a aceite frito

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Me contaba un ex diputado que ahora vive en Madrid, que se le ha quedado grande la ciudad. Él es de Granada y comenta que “a partir de cierta edad te pasas el día dormido y la noche medio despierto” y como ahora tiene tiempo para leer de todo, inspeccionar toda obra callejera que se esté haciendo, y hasta incluso leer las cartas al director que escribe la gente en los periódicos y además lo hace en un banco del Retiro. Del escaño, al banco. Eso sí, con sombrero.

Estaba mi amigo inquieto porque al parecer un madrileño de los que antes se llamaban de la “cáscara amarga” se quejaba de que en la capital de España hubiera una Avenida dedicada a quien fuera presidente de la República española Manuel Azaña que era nacido en Alcalá de Henares, y que no merecía una calle en su memoria por haber puesto a la ciudad escurriendo. No por republicano, sino por criticón. Y eso que él había nacido en Quintanilla de Onésimo.

Y es que este asunto de los nombres tiene su miga. Un periódico de la Villa bilbaína tenía su sede en la calle de la Lechuga y como sus jefes eran de la “situación” lograron que se cambiara a Pintor Losada que era más chic. Y es que esto de los nombres de calles y plazas a políticos o lechuguinos está en relación directa con quien manda por lo que lo más conveniente sería bautizar la cosa pública con apelaciones de ríos, montes, arbustos, batallas medievales, árboles o hasta nubes, ya que somos muy nuestros y a algunos no les gusta vivir en una calle dedicada al Che Guevara y otros a Manuel Fraga o nada menos que a Sabino Arana. Imagínense que el juez del Procés viviera en la rue Puigdemont o en Euskadi, al Lehendakari Ibarretxe le tocara vivir en la calle Mayor Oreja, y a Otegi en General Galindo o cosas así.

Me comentaba y leía el sensato granadino que Azaña, fallecido en el exilio, sigue siendo factor de polémica a 85 años de su muerte en Montauban y él reivindicaba esa calle para el Presidente Azaña pero otro madrileño decía que Azaña había dicho en su día que Madrid era un poblachón manchego y que les había insultado. Basaba su malestar no en la militancia republicana del político alcalaíno sino en las aparentes barbaridades que había escrito sobre la Villa y Corte. Interesado le pedí que me dijera algo de lo que había escrito Azaña y me invitó a leer su libro titulado Plumas y Palabras. Este libro, en su edición original debe ser muy difícil de encontrar, salvo en bibliotecas, pero por fortuna aparece en las Obras Completas editadas en 1990.

Ese ensayo comienza así: ”Madrid no me inspira una afición violenta. Si el amor propio de los madrileños no se irrita, añadiré que Madrid me parece incómoda, desapacible y, en la mayor parte de sus lugares, chabacana y fea. Es un poblachón mal construido en el que se esboza una gran capital. (…) Basta lo dicho para saber que no soy madrileñista. El madrileñismo es una necedad importada de la periferia”. Y para redondear el piropo, Azaña remata: ”En Madrid no hay nada que hacer, ni a dónde ir, ni nada que ver. Madrid es un pueblo sin historia.

Tampoco le gustaban a Azaña los madrileños, ni siquiera sus fiestas tradicionales y populares. “La condición irritable de los madrileños, así del señorito álalo como del menestral razonador y sentencioso es manifiesta. Las verbenas son fiestas horrendas, tan faltas de amenidad como sobradas de aceite frito. Madrid incuba pordioseros, acoge a los de fuera, los protege, los retiene. Circular por Madrid es hender masas de miserables, ciegos, tullidos y postulosos. Madrid es un asilo suelto.

No se andaba con florilegios el presidente para seguir diciendo que “la función propia de una capital consiste en elaborar una cultura radiante. Madrid no lo hace. Es una capital frustada. (…) Toma lo que le dan, engulle pero no asimila, ni depura. Toda novedad superficial es posible y si se le abre un crédito desproporcionado a su insolencia advenediza.

Algo así hoy y la Comunidad de Madrid hace una pira con sus Obras Completas. Buenos son Díaz Ayuso y Miguel Ángel Rodríguez. No sé qué diría Don Manuel si viviera hoy en la capital del estado y tuviera que soportar al dúo dinámico Ayuso-Rodríguez, pero reconozco que me encantaría leer lo que hubiera escrito sobre la agresividad oficial de la ciudad con olor a aceite frito o sobre ese dramático debate de las muertes de 7.291 personas por parte de un Covid al que ayudó en su macabro trabajo la fiereza oficial.

He vivido treinta años en Madrid, yendo y viviendo, y no soy tan crítico como Azaña con la capital del oso y el madroño, pero algo de razón tenía el gran republicano cuando decía que a veces el ambiente es de aceite frito. Pero no en la ciudad sino ese tufo de aceite frito en la política y en la Carrera de San Jerónimo y dentro del hemiciclo, pero de eso no tienen la culpa los madrileños, sino los que acampan vociferando transitoriamente en una ciudad que incluso tiene hasta una Glorieta de Bilbao y no suelta el Guernica de Picasso.

Iñaki Anasagasti © elkarma.eus

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