julio 30, 2025

En primera persona: Ludocracia

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Aunque soy una de esas personas que lamentan que la industria de los videojuegos tal como la conocemos esté llamada a desaparecer ante el auge de los juegos de móvil, uno tiene sus contradicciones. De forma y modo que tengo instalado uno de esos juegos casual clónicos del seminal Candy Crash, deudor por otro lado de las mecánicas del Tetris pero diseñado para esa gente que encuentra en la estética cute su lugar seguro. Y así paso el rato en viajes de metro, durante conversaciones telefónicas poco gratificantes o defecando (las partidas más largas). Porque leer está sobrevalorado. Yo mismo con mi mismidad. Hasta que caí en el error que cambió para siempre mis procesos procrastinadores. Unirme a un equipo.

Ingresar en un grupo de jugadores parecía una opción poco exigente. El juego es gratuito (si eres una persona adulta que no se deja llevar por los cantos de sirena de las ofertas de pago) y jugar en equipo concede acceso a modos de juego inalcanzables para lobos solitarios y pobres. Y ese fue el fallo. Tal vez jugar de lejos no sea jugar, pero hacerlo con más gente es directamente trabajo. Ahora se me exige jugar todos los días, compartir mis vidas y estar pendiente de repartir mis premios duplicados (para localizarlos debería llevar al día una tabla de Excel) a quien me los pida. Si no lo hago no cumplo con las ordenanzas y reglamentos del equipo y me voy a la puta calle. La gente se crea un entramado de obligaciones hasta para los ratos muertos que se pasa cagando. La fiesta de la ludocracia.

Oskar Cano © elkarma.eus

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