Cuando iba al colegio, siempre elegíamos al más panoli como delegado. ¿Por qué seguimos votando al tonto de clase para llevar la política de nuestro país? Si es que, sin meternos en ideologías, cualquiera que vea un cuarto de hora de intervenciones en el Congreso, se dará cuenta del nivel tan vergonzoso de los políticos. La mayoría no sabe qué decir y, por supuesto, tampoco improvisar. Se dedican a leer algo que les han escrito otros y la gran parte de las veces ni siquiera responden a las dudas o acusaciones de los compañeros. Se pueden contar con los dedos de la mano el número de políticos que verdaderamente sabe lo que dice. Eso sí, estos son los únicos capaces de cortar los hilos de las marionetas.
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Que los treinta son los nuevos veinte? Venga ya. Para ese adolescente que te llama señora, no eres tan joven. Antes, tu cuerpo quedaba bien hasta con sordomudos (dícese de aquella prenda que permite al resto leer tus labios). Ahora, una se embute en una faja para intentar enmudecer al resto y ocultar la verdadera realidad de las carnes y, aún así, no lo consigue. Por otro lado, las súper fiestas de un veinteañero eran todos los fines de semana; bueno, y los jueves… Y los miércoles, aunque también algún martes o lunes. Con treinta, son las despedidas de soltera, las cenas de empresa y cierto día tonto que se junta el vermú con las copas de la cena. Además, anteriormente los conceptos de tiempo libre y descanso tenían otro significado. Más bien, existían.
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La novela negra causa adicción. Hay una fuerza que nos obliga a leer sin control hasta el desenlace. Interesa descubrir cuanto antes quién se está cargando a todo el mundo. La obra póstuma de Franco, la democracia de España, debe ser una auténtica basura porque a nadie le apetece saber más información. Si roba alguien, que robe; si muere gente, que muera; si manipulan datos, que manipulen.
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