Hijo de una batería de jazz (de la mujer que toca la batería, se entiende, no del instrumento musical; eso sería sórdido hasta para David Cronenberg), Tom Jenkinson, alias Squarepusher es el sumo sacerdote del drum’n’bass y del techno vibrante. Sobre su mesa de mezclas sacrifica víctimas propiciatorias a mayor gloria del gran dios del acid-house, convirtiendo cándidas melodías en poderosos golpes de breakbeat. Sus sonidos sincopados y melodías rotas y retorcidas son marca de la casa, si bien se ha moderado (apenas una miaja) en su último trabajo, evolución lógica del disco anterior. Que ese bajo no pase hambre.

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El británico libanés la petó con Grace Kelly allá por 2007, pero 8 años después de aquel superventas Life in Cartoon Motion, y con otros dos discos más a sus espaldas, el remedo de Freddy Mercury redivivo ha languidecido en las listas de éxitos internacionales. Pensaría que cualquier tiempo pasado fue mejor y aliviaría las penas con los ingresos obtenidos por ser juez de La Voz en sus ediciones francesa e italiana. Cruel destino (que se lo digan a Lolita) para el culpable de las luxaciones de pelvis (bailando se entiende) de medio planeta. Escarmentado o no, su cuarto y último disco es una velada reivindicación de sus orígenes. Música optimista y vital que abandona el electroeclecticismo de sus últimos trabajos que tan irregulares resultados le han reportado. Para escuchar en un día con nivel bajo de azúcar en sangre.

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