No nos engañemos. Los pueblos no son necesariamente un paraíso bucólico. La arcadia rural se desvanece entre el trabajo de sol a sol, los aislamientos invernales y demás incidencias poco idílicas. Los urbanitas románticos del mundo viven en el engaño producido por el estrés. La ciudad no es para ti. Pero ojo con el campo.
Nº 1. Libido
Ligar en los pueblos no es tan sencillo como lo pintan. El mito del pajar es una leyenda urbana inventada por los promotores inmobiliarios para vender chalets en la sierra. La caravana de mujeres de Plan fue sólo el comienzo. El envejecimiento de la población rural no ayuda. Por eso prolifera el porno en las cadenas de TV locales.
Nº 2. Zoodiversidad
El campo, como concepto, está lleno de animales salvajes, como las vacas carnívoras de la cuenca del Duero, los cerdos asesinos del Orinoco alpujarreño o los pollos picasuelos sedientos de sangre. Los lobos que bajan al llano cuando aprieta el frío son lo de menos. Las carreras ilegales de burro-taxi son un peligro público.
Nº 3. Laxitud
El relax de los pueblos puede ser muy perjudicial para el visitante ocasional. La calma con la que los clientes comentan su árbol genealógico o debaten sobre la levedad del ser con el tendero puede desesperar a los foráneos que sólo han ido a preguntar por el desvío para Cascagente de las Altas Torres.
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