La especie humana es la más escrupulosa (en lo que a su alimentación se refiere) de todo el reino animal. No solo ha rehuido desde sus orígenes de prácticas como la ingesta de sus propios excrementos y alimentos regurgitados, tan común en aves, gatos o perros, sino que se ha afanado a lo largo de milenios en enmascarar el sabor de los alimentos. Primero con el uso del fuego, luego la sal y las especias, y finalmente con el uso del azúcar. Pero el proceso para obtener tan preciado edulcorante es complejo y laborioso, por lo que en los albores de la humanidad los pasteles de queso sabían a berza y los profiteroles a leche revenida.
Aunque el azúcar también se puede obtener de la remolacha, el vegetal estrella es la caña (la caña de azúcar; no nos referimos a que sea un vegetal super enrollado con el que te ríes un montón y acaba cerrando los bares), originaria de Nueva Guinea. Desde allí su cultivo se extendió a China y a Oriente Próximo, y más tarde se introduciría en los mercados occidentales. Gracias a la introducción de esos cultivos en América, en cuyas plantaciones los esclavos negros se dejaban la piel (literalmente, los capataces tiraban de látigo que daba gusto), los europeos pudientes podían enmascarar el sabor a calcetín sudado de su café o disfrutar de los alfajores por un módico precio. Cosas del progreso. (Más…) |