La respuesta obvia es: con mucho cuidado. Desde que las poblaciones humanas de la Prehistoria pasaron de ser cazadoras – recolectoras a agricultoras – ganaderas, dos nuevas actividades comenzaron a ponerse en boga. Las riñas vecinales por el límite de las lindes (que a menudo acababan con algún garrote incrustado en algún cráneo) y la ingeniería genética. Al principio se trataba de una práctica de andar por casa. Se desechaban las plantas y animales más enclenques y se cruzaban entre sí los especímenes más fuertes.
De esta manera, una sandía gigante te solucionaba el postre de todo un ejército invasor (que no eran plan de que, encima de que saqueaban tu pueblo, se quedaran con hambre) y un bovino hiperactivo daba leche como para llenar una piscina olímpica y hacer de doble de luces en un anuncio de La Vaca que Ríe. (Más…)
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