Me considero fan del libro. Reconozco que estoy hasta el copetín de películas de zombies, pero el realismo sucio y naturalista de la obra de Max Brooks me hacía albergar alguna esperanza cuando me enteré de que Hollywood había comprado los derechos. Mentira cochina. Me lo olí a la legua. Sabía que, independientemente de facturas técnicas, interpretaciones y tratamientos verosímiles, Guerra Mundial Z sería otra película más de infectados, menús del día a base de cerebros e intestinos, carreras, tiros y huidas en el último segundo. No me equivocaba. Qué obra tan magna hubiera sido si los derechos los hubiera comprado la HBO, por ejemplo, y se hubiera rodado una serie en forma de falso documental. Con entrevistas, declaraciones e imágenes de archivo. Pero no. Había que ir a lo fácil.
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