La última Encuesta de Población Activa revela que cada vez más camareros deben acabar trabajando como actores para poder subsistir. El estudio estadístico del INE refleja una realidad laboral en la que muchos profesionales de servicios de restauración deben aparcar su vocación para terminar actuando en series de televisión, películas producidas por plataformas de streaming o montajes teatrales. La mayoría de los encuestados lamentan que todos sus años formativos encadenando cursos de servicio básico de restaurante-bar, módulos de coctelería y talleres de barista no sirven para nada y se ven obligados a dedicarse al mundo de la interpretación remunerada para poder pagar las facturas.

No abandonan la esperanza

La que para muchos jóvenes es su profesión soñada debe quedar aparcada ante un panorama social que les aboca a memorizar textos y reproducirlos ante una audiencia a menudo ingrata. “Yo soñaba con recoger algún día el primer premio del Campeonato Nacional Barista Pro. Hasta tengo el discurso escrito y guardado en un cajón de la mesilla. Algunas noches lo leo ante el espejo antes de acostarme. Y luego lloro. Tantas ilusiones frustradas, tantas cervezas bien tiradas que nunca serviré…”, confiesa amargamente Aitor Songüéls, nombre ficticio, actor secundario en La Promesa, Sueños de Libertad y Salón de té La Moderna.

Los aspirantes a camarero son conscientes de que se trata de una profesión voluble, y que la competencia es feroz, pero no renuncian a su vocación y consideran el empleo de actor como “un trabajo alimenticio”. “Un día el público te adora y al siguiente ya no te llaman para poner cortados. Pero compensa”, declara Marimar Lonbrando, que afronta con desanimo tener que volver a hacer de Medea en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida del año que viene.

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