Baldomero Espartero, nombre ficticio, ha dejado de escuchar la radio por las mañanas, ha eliminado las alertas en el móvil y huye de los medios de comunicación. “No lo soporto pero tengo el comecome de no estar listo para lo que se nos viene encima”, confiesa mientras acude a recibir su sesión de hostiapuntura. Surgida en el albor de los tiempos, y ligada a sociedades con estructuras familiares férreas, la hostiapuntura consiste en materializar expresiones empoderantes como “ya te dará una hostia la vida”, “una hostia a tiempo es mano de santo” o la más coloquial “ven que te doy una hostia”. Pendiente de su reconocimiento como terapia por el Ministerio de Sanidad, los hostiopuntores cada vez son más demandados.

Me lo merezco

Beatriz Derreparto, otro nombre ficticio, atiende en su piso y ha tenido que lidiar con la incomprensión de sus vecinos. “Veían el trajín, pensaban que era traficante de drogas y querían descuento. ¡Qué gentuza!”. Hoy en día, aclarado todo, muchos vecinos acuden a recibir hostias de intensidad variable si sienten la necesidad de volver a la realidad. Derreparto explica que bastan nociones básicas de recursos humanos, “lo que de toda la vida Dios se ha conocido como sentido común”, y destrezas básicas sobre golpeo que pueden aprenderse en Internet para echar a andar. Hay un consenso básico entre los hostiopuntores para evitar hostias que dejen marcas difíciles de explicar. “A mí me van muy bien un rodillazo en los huevos mientras me explican cómo vive la gente en el África subsahariana”, explica Baldomero Espartero.

“Somos un poco coach, un poco dominatrix, un poco cuñao, un poco el club de la lucha pasivo agresiva”, resume Iván Espinete de los Moratones, nombre real. Atiende a “clientes de clase media alta” preocupados por si va a estallar la III Guerra Mundial antes de que les dé tiempo a reservar plaza en los primeros vuelos a Marte que preparara Elon Musk.

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