Numerosas agrupaciones de clientes habituales de restaurantes y tascas han celebrado con alborozo y algarabía la decisión de algunos gobiernos autonómicos de obligar a estos locales hosteleros a realizar un registro de comensales. Los usuarios frecuentes aseguran que “ya está bien de que sólo las celebridades puedan firmar en el libro de honor del establecimiento, como si nuestro dinero no valiese lo mismo que el suyo” y preguntan si la estilográfica de oro la proporciona el local o deben traerla ellos de casa.

Tres semanas de fama

La obligatoriedad de bares y restaurantes que ofrezcan servicios de comida y cena de solicitar los datos de los clientes para guardarlos en un registro ha reconfortado y elevado el ego de muchas personas que lamentaban no poder inscribir sus nombres en el libro de visitas del local “sólo porque somos unos don nadies, unos ceros a la izquierda, unos individuos grises y anónimos que no hemos alcanzado la excelencia en ninguna de las empresas vitales que hemos emprendido ni, en su defecto, hemos logrado la fama y el reconocimiento de nuestros congéneres”, afirma Nicolasa Durilla, parroquiana asidua de un bar de la parte vieja de Donosti, muy contenta de poder dejar su rúbrica en el registro. “Ahora me siento como Isabel Preysler, o como Isabel Pantoja, o como Isabel Díaz Ayuso, o como cualquier otra famosa que no se llame Isabel necesariamente…”, se congratula Durilla, que sólo lamenta que el registro sea “una fotocopia de mierda, y no un volumen encuadernado en cuero con pan de oro, pero bueno, después de todo sólo he pagado 7€ por un pintxo de tortilla, no nos podemos quejar…”

Muchos clientes han hecho público su deseo de que se produzcan brotes en estos locales en los que se exige registro “porque así, teniendo nuestros datos, además del autógrafo, lo mismo nos llaman de las televisiones para salir en antena tosiendo, y a nadie le amarga un dulce”.

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