El Consejo Científico de Japón ha decidido abortar el proyecto del ascensor espacial ante las implicaciones psicológicas del viaje. Varios test de estrés en el simulador han demostrado que los sujetos de prueba se derrumban y sufren crisis nerviosas por no poder soportar los silencios incómodos o hablar del tiempo durante un trayecto de 5.000 kilómetros.

Aún no se había pagado la derrama

A pesar del duro golpe que supondrá para el turismo estratosférico abandonar el desarrollo del ascensor espacial, las secuelas que provocaría su uso han obligado a suspender su construcción. “Ya habíamos desarrollado los anclajes de nanotubos de carbono, terminado los cálculos de la fuerza centrífuga necesarios para que el elevador funcionase de manera eficiente y hasta elegido la plaquita esa de ‘Impidan que los niños viajen solos’. Pero no habíamos contado con el shock de no saber de qué hablar con la persona que sube en el ascensor con nosotros. La psique humana colapsa tras horas de no mantener contacto visual, mirarse los zapatos, mirar la fluorescente del techo, silbar, decir que parece que va a quedar buena tarde y volver a mirarse los zapatos. Ya llevamos quince voluntarios son síndrome de estrés postraumático”, informa el profesor Yoshio Aoki, del departamento de ingeniería de precisión y maquinaria de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la Universidad de Nihon, que desearía haberse metido a DJ como su primo.

La Agencia Japonesa de Exploración Aeroespacial confía en que se ha tomado la mejor decisión porque “seguro que alguien acababa usando el ascensor para bajar la basura o después de cenar garbanzos”.

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