Vladimir Putin ha comunicado desde su dacha en Valdai que ningún agente del Servicio de Inteligencia Exterior (SVR) especializado en realizar misiones anfibias disfrazado de tiburón tigre se encontraba desplegado en suelo egipcio, y mucho menos en la ciudad balneario de Hurghada, a orillas del Mar Rojo, donde la semana pasada un supuesto turista ruso de 23 años fue devorado por un escualo mientras se daba un baño. El presidente de Rusia ni ha confirmado ni desmentido que el joven deglutido pudiera estar siendo perseguido por el servicio secreto por “abanicarse las gónadas en la playa de un país extranjero en vez de estar combatiendo en el frente de Jersón”, pero ha añadido que si el tiburón le ha atacado algo le habría hecho.

Esta vez no

Tanto la OTAN como el Comité Político y de Seguridad de la Unión Europea han recibido con cautela las palabras de Putin y temen que el dirigente ruso haya sustituido el envenenamiento por dioxinas, la matanza familiar con hacha o el tradicional empujón por la ventana de un hospital por el desmembramiento junto a la orilla con disfraz de tiburón, “no necesariamente tigre”.

“¿Que es un sistema cómodo porque puedes asesinar a un enemigo de la patria delante de un grupo de turistas mientras lo graban con el móvil gritando “Oh, my God!” para subirlo a continuación a redes sociales y que los informativos de todo el mundo decidan emitirlo íntegramente, explicando paso a paso cómo el escualo comienza a zarandear, arrastrar y despedazar a su víctima ante la estupefacta mirada de la audiencia sin que nadie sospeche de que se trata en realidad de un disfraz de látex y que dentro van dos agentes entrenados pertrechados con cepos loberos? Pues no digo yo que no, pero les aseguro que no ha sido el caso”, concluía Putin.

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