Un hombre de mediana edad ha comenzado a comentar con sus vecinos que le resulta molesto que en su casa nadie quiera hablar del elefante en la habitación cuando el paquidermo no para de comerse los cacahuetes que deja en el cuenco sobre la mesa de café para las visitas. El animal, un ejemplar asiático de 4 toneladas de peso, que antes se limitaba a ver pasar las horas sacudiendo el rabo distraído, habría comenzado ahora a esquilmar los frutos secos que se guardan para las ocasiones especiales en que sube gente a casa, sin que nadie de la familia parezca querer sacar el tema.

No se entiende

“Yo no sé como hacen el resto de las familias españolas para que el elefante en la habitación no coma entre horas. Con lo que nos costó que cagara dentro del arenero no me veo yo ahora teniéndolo que educar otra vez para que no se coma los cacahuetes. Así que luego toca recibir a gente en casa y no hay nada de picar para ofrecerles”, explica el hombre molesto. El elefante en la habitación se ha convertido a estas alturas en un miembro más de la unidad familiar a pesar de que nadie habla del asunto; ni de por qué esta allí, ni de quién lo trajo, ni de cómo consiguió entrar en el ascensor, ni de por qué se pone tan nervioso si alguien enciende el televisor cuando están dando El hormiguero.

Tanto su hija adolescente, que ayer llegó a casa con el retrato de Emilio Mola tatuado en mitad de la cara, ni su mujer, que anda algo distraída desde que aquel vecino se presentó en el domicilio diciendo que como siga acostándose con su esposa la mata, ni el abuelo, que a partir de que se ha casado con su cuidadora rusa de 22 años se pasa el día reunido con el abogado que le lleva el testamento, continúan eludiendo el asunto de los cacahuetes.

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