Margaret Hilda Thatcher (Grantham 1925 – Londres 2013) fue una política, ingeniera química, accionista de empresas de laca, lobbista de la industria de la soja, amante de las lentejas y primera ministra británica, que luchó toda su vida por demostrar que la flema inglesa no estaba circunscrita exclusivamente a aquellas personas que sufrieran de tos productiva. El hecho de que su padre fuera propietario de dos tiendas de comestibles especializadas en alimentos en conserva y al mismo tiempo ejerciera de predicador metodista marcan su infancia y su ingreso en el Partido Conservador con la intención de acabar metódicamente con cualquier vestigio de socialdemocracia en Gran Bretaña.

La dama de metal de transición

Estudia ciencias químicas en Oxford, pero su matrimonio con Denis Thatcher en 1951 le roba tiempo para desarrollar un sistema de castración química de los pobres en forma de aerosol. En 1953 se pasa al derecho tributario para poder pleitear contra esas bandas de rock que tocan temas de otros grupos famosos sin pagar royalties. Gana un escaño en la Cámara de los Comunes en 1959, que debe mantener a pesar de que su naturaleza la inclina a alquilarlo por horas a familias pudientes. Comprometida con la erradicación de los castigos corporales en la escuela, aprovecha su nombramiento como ministra de Educación en 1970 para abolir el reparto gratuito de leche, aunque sigue defendiendo el reparto de colleja a tiempo. Cinco años más tarde se erige en líder de los conservadores y le bloquea a Edward Heath en el Whatsapp. En 1979 se convierte en la primera mujer que alcanza la jefatura de Gobierno en el Reino Unido, aplicando políticas neoliberales y monetaristas estrictas, reduciendo la intervención estatal y recortando servicios sociales, a pesar de lo cual siguen sin dejarle convertir el número 10 de Downing Street en piso turístico. Una noche toledana por indigestión de pastelitos criollos le lleva a declarar en 1982 la Guerra de las Malvinas, con el apoyo de su aliado Augusto Pinochet que aún no se había convertido en un niño de verdad. A pesar de la popularidad granjeada por la victoria militar, su decreto que obliga a poner a Joselito en el sistema de megafonía de las explotaciones mineras desemboca en la huelga del 84. Ese mismo año sufre un atentado del IRA, que era más de Pablito Calvo. Renuncia al cargo en 1990, durante su tercer mandato, ante la impopularidad de su “poll tax” y la división que genera en su partido que estuviese redactado en comic sans.

Fallece a los 87 años a causa de un accidente cerebrovascular, al olvidar su sangre que se conducía por la izquierda.

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