Mens Insana: De viaje con ella
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Mi abuela no es amiga de los viajes, pero este merece especialmente la pena: va a conocer a su última nieta. Ya en el tren, busca el contacto visual con la gente. Saluda y entabla conversación a la mínima. Mira a través de su ventanilla y me cuenta. Eso de ahí son olivos. Eso de allá almendros. De nuevo en tierra firme. Es una estación perdida. Mi abuela lo mira todo entre curiosa y escéptica. Se agarra el bolso y, unos pasitos por detrás de mí, no me pierde de vista. Yo tampoco a ella. Mira alrededor como si fuera una extranjera desconfiada. Entramos en una conocida cadena de comida rápida de la estación. Se me hace rarísimo ver a mi abuela ahí. En realidad ver a cualquier abuela. Y más aún verle comer las patatas fritas en el andén mientras esperamos nuestro siguiente tren.
El viaje es un poco largo y se impacienta. Normal. Ir a su pueblo cada año es el gran viaje de su vida. Pero, como casi todas las abuelas, aguanta lo que le echen. Me impresiona la materia de la que están hechas las abuelas. Al día siguiente madruga más que yo. Y a pesar de sus achaques ya esta dispuesta a echar una mano en lo que haga falta. Como siempre. |
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