Lo confieso, prácticamente he obviado la sesión de investidura, en la medida en que la presión mediática lo permite. No es tanto la discrepancia ideológica, como la certeza de la falta de una reflexión profunda sobre el futuro al que nos enfrentamos como sociedad.

Y no me refiero tan sólo a ignorar problemas ciertos que pasan de rondón: refugiados, crisis ecológica y tantos otros que sólo se utilizan para arrojarse a la cabeza. Es la visión cierta de que las grandes cuestiones no sólo no interesan, si no que ni siquiera se contemplan.

Ahora ya no somos solo los “apocalípticos” quienes decimos que el empleo se acaba. Que vamos hacia el ocaso del sistema industrial como lo hemos conocido. Que la inteligencia artificial está al minuto de hacerse autosuficiente. Personas tan “integradas” como Rifkin, Mason, Bostrom y otros advierten de que es necesario un modelo global que sitúe a las personas en el centro y el materialismo en la periferia si queremos tener una oportunidad de futuro justo para todos y todas. Cooperación frente a competencia.

Sentido común de este tipo ni asoma por los debates del Congreso.

Miguel Fernández © humorenlared.com