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A la habitual epidemia de incendios que asola la Península durante el verano, se ha sumado este año la agotadora sucesión de altas temperaturas. Se mezclan así por un lado la indolencia deseada del verano y el disfrute de la playa, con la apocalíptica amenaza del fuego que arrasa hectárea tras hectárea por toda la geografía, pero que sólo parece preocupar a quienes se ven más afectados por la proximidad de las llamas.
No es la primera vez que escribo sobre la epidemia de incendios que asolan el territorio y sus variadas causas: abandono de cultivos, inexistente política forestal, negocios oscuros tras las empresas que luchan contra el fuego, ganaderos en busca de pastos tiernos, intereses inmobiliarios, maderistas, pirómanos e incluso personas que creen defender su empleo quemando el monte.
Pero hay casos que claman al cielo. Tras uno de los últimos incendios de este verano en Andalucía, los informativos narraban tranquilamente que se suponía provocado porque en los últimos meses ese paraje había sufrido 25 conatos de incendio.
Si se sabe que alguien intenta quemar 25 veces un bosque y no se es capaz de ejecutar un procedimiento de vigilancia sobre ese espacio, sólo cabe una posibilidad y es que efectivamente acabe ardiendo.
Miguel Fernández © humorenlared.com |
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