octubre 4, 2017

Debajo de la Palmera: Los eligieron cuidadosamente y los fusilaron

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Una de las cosas que llaman la atención de este país es que se la pasa hablando de identidad y es muy poca la historia que se conoce y celebra. Y hay hitos colectivos, no de partido, que deberían tener su hueco en la agenda de una sociedad que sin quedarse de piedra mirando hacia atrás, de vez en cuando, conviene recordar qué pasó, por ejemplo, hace ochenta años.

Más o menos sabemos algo del bombardeo de Gernika y poco más de la caída de Bilbao, pero no mucho más. Por eso quiero traer al hoy lo ocurrido el 15 de octubre de 1937, hace ahora ochenta años, cuando los militares sublevados quisieron dar un escarmiento a unos vascos que habían sido leales al gobierno de la República frente a los militares golpistas, esos que habían jurado cumplir y hacer cumplir la ley. Y para colmo, los condenaron a muerte, con la humillante y mentirosa sentencia de “auxilio a la rebelión”.

Y como el dato agrupa a partidos de todas las ideologías, menos la derecha reaccionaria que estaba alzada, recordemos que una mala noche, se abrieron las celdas de la cárcel de Santoña y se eligieron cuidadosamente un ramillete de personalidades, soldados y gentes varias en número de catorce, para ser fusilados.

El ejército vasco, sin aviones y casi sin balas, en parte se había rendido en Santoña, parte siguió hasta Asturias tras el fracaso del lehendakari Aguirre de haber llevado ese ejército a Catalunya, por Francia. A tal efecto había viajado a Valencia, y allí se había entrevistado con el Presidente de la República Manuel Azaña, con el presidente del gobierno Juan Negrín y con el ministro de defensa Indalecio Prieto a quienes les había contado su plan. De allí saltó a Barcelona donde el President Companys se mostró favorable a la iniciativa, y, de allí, aterrizó en París donde se entrevistó con el ministro de asuntos exteriores Ivan Delboz y, estando en ello, un telegrama de Prieto, desaconsejaba la iniciativa. Poco después, la mayoría fueron apresados.
De ahí que esa fatídica noche fueran fusilados:
Dos miembros del Consejo del Partido Nacionalista Vasco
Dos miembros del Ejército Vasco pertenecientes al P.N.V.
Dos miembros de Solidaridad de Trabajadores Vascos
Dos miembros del Partido Republicano
Dos miembros del Partido Socialista
Dos miembros del Partido Comunista
Dos miembros de la C.N.T.

Ramón de Galarza, gudari apresado, contaba:
“Un mazazo en pleno cuello no produce más efecto. Nos deja anonadados. Parecemos una banda de sonámbulos. Comentamos.
Hay en esto, además, una sombra, una nube negra de tragedia. ¡Dos de cada grupo, de cada partido! Es una forma de cebarse, de sadismo, de inquisición. Parece que nos dicen:
“¡Esto es una advertencia, podéis prepararos!”
Han muerto como héroes. Azkue, organizador jefe de Eusko Gudarostea (Ejército vasco) ha dicho en los últimos momentos:
“¡Ahora nos veremos ante el verdadero juez!”
Los catorce murieron con valentía. ¿Quién les condenó? Un juez cómodamente sentado en un sillón y probablemente haciendo una buena digestión, que ni siquiera se fijó en ellos a la hora de dictar la sentencia y que se quedó tan campante después de haber acabado con vidas humanas”.

Como dice Galarza, mataron a Azkue, al alcalde de Deba, Markiegi y a una doble representación de cada sindicato y de cada partido. Con buen criterio el 15 de octubre de 1964 se creó el Gudari Eguna por el Gobierno Vasco en el exilio presidido por el Lehendakari Leizaola. Este 15 de octubre, aunque no fuera más que por los dos milicianos socialistas que fusilaron junto a republicanos, comunistas, nacionalistas y sindicalistas, se debería guardar aunque sea un minuto de silencio o poner unas flores donde debería de haber un monumento al soldado desconocido o recordar en un comunicado que hace 80 años, un ejército sublevado asesinó a un ramillete de jóvenes vascos elegidos cuidadosamente como escarmiento. Sé que el actual Gobierno Vasco a través de su Instituto Gogora los va a recordar, pero esto daría incluso para un gran monumento colectivo para decirles a las nuevas generaciones que aquella sangre no se perdió.

Imagínense si un hecho así hubiera ocurrido con catorce ingleses. Sabríamos sus nombres, conoceríamos sus biografías, habríamos visto diez películas, se abrirían los informativos, los ayuntamientos donde nacieron inaugurarían una calle o una plaza, en las escuelas se explicaría lo que fue aquel asesinato colectivo y hasta la Reina Isabel bajaría la cabeza en la ceremonia oficial y el obispo de Canterbury en Westminster pediría que una barbaridad de esa dimensión no volviera a ocurrir. Pero nada de esto se hará aquí. Siendo como es parte de la identidad de un pueblo.

Como cuenta Galarza en su diario, quisieron dar un escarmiento. No lo lograron, pero sus herederos, en cuarenta años, no hemos estado a la altura de su recuerdo. ¡Qué pena!

Iñaki Anasagasti © humorenlared.com

 

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