El filósofo griego Diógenes (412-324 a.C.), apodado el Perro, lo tenía claro. Cuando le preguntaron por su patria y su ciudad, él inventó la palabra. “Soy cosmopolita”, dijo. O sea, ciudadano del cosmos, libre de patrias.
En La Habana oí a un cubano rechazar las fronteras. Al perro, decía, le da igual en qué lado de la alambrada levanta la pata y mea. Diógenes también observaba a los canes y sacaba sus conclusiones. Predicaba el retorno a un modo de vida sencillo, acorde con la naturaleza. Libre de tradiciones, convenciones o servidumbres, austero y autosuficiente. Así que vivía en un tonel, se ejercitaba a diario, hacía y decía lo que le venía en gana y no poseía más que un manto, un zurrón y un cayado. Platón le llamó “perro”, pero él no se lo tomó como un insulto, sino todo lo contrario. Cuentan las crónicas que un ministro de Alejandro Magno pasó junto a Diógenes. “Si aprendieras a ser sumiso y a adular al emperador, no tendrías que comer lentejas”, le espetó. “Si tú aprendieras a comer lentejas no tendrías que ser sumiso y adular al emperador”, contestó el filósofo.
Ya que estoy en la cocina, compartiré una duda metódica. Una ocasión más para ejercer el derecho a decidir. Ahí va. ¿Qué pondré hoy para comer? Lentejas.
Elene Ortega Gallarzagoitia © humorenlared.com |