No destacaba por su belleza. Tampoco por su carácter. Era dulce y cariñoso como lo definen sus salvadores. No era un ser extraordinario. Era «sólo un puto perro». «Un puto perro más». Este es el sentir general. Como si no hubiera miles esperando a la muerte detrás de sus rejas con las lágrimas hechas legañas. Hace más de cinco meses una familia adoptó en Bilbao a este pobre animal, de nombre Benito. La felicidad que sienten los voluntarios cuando creen haber encontrado una familia ideal para sus protegidos es mágica e indescriptible.
Por desgracia y, a pesar del esfuerzo, no son infalibles. Recientemente la asociación descubrió que su adoptante lo había matado. Decía que se había vuelto agresivo y que le había dado «lo que merecía». Hubiera sido más ético encerrarlo en un cuarto y pedir ayuda pero el humano quería sangre. Igual que quieren el torero y sus acólitos. Solo que en este caso era un individuo vegetariano. Los principios y su fragilidad. No es extraño que algunos definan la felicidad como la coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace. Como sólo es «un puto chucho», la sanción, si es que la hay, será un chiste. Y, a pesar de ello, algunos seguirán implacables peleando «un puto día más» para cambiar las cosas.

Sheila Blázquez © humorenlared.com