diciembre 13, 2019

Debajo de la Palmera: La incómoda democracia

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En Nuremberg, durante el proceso a los criminales de guerra, los oficiales del ejército y funcionarios nazis presentaban ante el tribunal, como excusa a sus desmanes, el hecho de que habían actuado «cumpliendo órdenes».

En los regímenes totalitarios y de fuerza, en efecto, el hombre hace don de su responsabilidad, la entrega a sus amos y se convierte en un esclavo irresponsable. Para muchos ésta es una situación ideal: no tienen que pensar ni tienen que elegir. Alguien decide por ellos; el camino que se ha de seguir no es una escogencia voluntaria sino que está determinado por otros. Se vuelve, en cierto modo, al feliz estado de niñez en que la simple obediencia es suficiente y en que el concepto de culpa es trasladado a otros.

En cambio en regímenes como éste en el cual vivimos, con todos sus defectos, nadie puede atribuir a otro la culpa total. Por ello, un historiador político decía que se equivocan quienes creen que son fuertes los gobernantes dictatoriales, fuertes son —afirmaba— los gobernantes democráticos porque éstos están sujetos a la crítica cotidiana, al cuestionamiento de su acción de gobierno y tienen que soportar esa crítica, aunque les duela, porque los mecanismos legales garantizan no sólo la libertad de expresión sino también la integridad física y el respeto a la dignidad humana de quienes están en la oposición.

En un sistema democrático, además, no son únicamente los gobernantes quienes tienen que asumir ante la opinión pública la responsabilidad de sus acciones y someterse al juicio de los ciudadanos. También éstos —contrariamente a lo que sucede en los regímenes totalitarios— tienen la responsabilidad individual, intransferible, de asumir una actitud ante lo que sucede y de proceder en consecuencia.

Diariamente la prensa, la radio y la televisión de un país libre —y perdónenme que llame libre a un país como el nuestro donde hay incluso la libertad de poder escribir y sostener que no lo es—presentan ante los ciudadanos los hechos que suceden. Esa presentación implica, por sí misma, el deber del lector de hacerse una opinión y de juzgar. No puede esquivar esa responsabilidad porque el inconveniente —si así puede calificarse— de la libertad de expresión es que nadie puede llamarse a engaño ni nadie puede excusarse diciendo «no lo sabía».

Por eso la democracia es un régimen incómodo: obliga a cada ciudadano a asumir sus responsabilidades, diariamente y sin descanso.

Iñaki Anasagasti © humorenlared.com

 

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