Debajo de la Palmera: La incómoda democracia
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En Nuremberg, durante el proceso a los criminales de guerra, los oficiales del ejército y funcionarios nazis presentaban ante el tribunal, como excusa a sus desmanes, el hecho de que habían actuado «cumpliendo órdenes».
En los regímenes totalitarios y de fuerza, en efecto, el hombre hace don de su responsabilidad, la entrega a sus amos y se convierte en un esclavo irresponsable. Para muchos ésta es una situación ideal: no tienen que pensar ni tienen que elegir. Alguien decide por ellos; el camino que se ha de seguir no es una escogencia voluntaria sino que está determinado por otros. Se vuelve, en cierto modo, al feliz estado de niñez en que la simple obediencia es suficiente y en que el concepto de culpa es trasladado a otros. En un sistema democrático, además, no son únicamente los gobernantes quienes tienen que asumir ante la opinión pública la responsabilidad de sus acciones y someterse al juicio de los ciudadanos. También éstos —contrariamente a lo que sucede en los regímenes totalitarios— tienen la responsabilidad individual, intransferible, de asumir una actitud ante lo que sucede y de proceder en consecuencia. Diariamente la prensa, la radio y la televisión de un país libre —y perdónenme que llame libre a un país como el nuestro donde hay incluso la libertad de poder escribir y sostener que no lo es—presentan ante los ciudadanos los hechos que suceden. Esa presentación implica, por sí misma, el deber del lector de hacerse una opinión y de juzgar. No puede esquivar esa responsabilidad porque el inconveniente —si así puede calificarse— de la libertad de expresión es que nadie puede llamarse a engaño ni nadie puede excusarse diciendo «no lo sabía». Por eso la democracia es un régimen incómodo: obliga a cada ciudadano a asumir sus responsabilidades, diariamente y sin descanso. Iñaki Anasagasti © humorenlared.com |
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