Nos hacen creer que ser pesimista es negativo. Que sólo debemos afrontar el día a día con optimismo, grapándonos una sonrisa y caminando por la calle dando saltos como Gene Kelly en El Imperio Contraataca. Estas aseveraciones hunden aún más al pesimista tipo, que vive muy a gusto en su miseria y bastante tiene con lo que tiene.
Nº 1. Rechazo social
Los optimistas no le gustan a nadie y nunca se integran bien en la sociedad. Despiertan envidias entre parientes, amigos, vecinos y compañeros de celda acolchada. El pesimista, sin embargo, no genera odios. Es visto como un ser entrañable e inofensivo, aunque nunca le llevaríamos a una orgía de osos panda en celo porque los deprimiría hablando sobre la caída del bambú en bolsa.
Nº 2. Salud
El exceso de optimismo es malísimo para la salud. La gente con espíritu alegre y emprendedor tiende a hacer muchas cosas, se ajetrea y luego vienen los infartos coronarios y los padrastros en los dedos gordos de los pies. El pesimista es amigo del inmovilismo y así no sufre de ninguna de las afecciones de las personas que hacen… algo. |
Nº 3. Avaricia
Los que creen en sí mismos nunca tienen bastante con lo que consiguen. Siempre quieren más. Se emborrachan de su propia ambición y ponen en peligro salud y hacienda. Es lo que les pasó a grandes conquistadores como Alejandro Magno, Napoleón o Georgi Dann, famoso por su crueldad con plazas sitiadas a las que obligaba a escuchar La barbacoa día sí y día también.Nº 4. Creatividad
Las personas pesimistas tirando a depresivas son mucho más creativas de lo normal. Las gestas épicas y los grandes romances del mundo del arte son obras de célebres pesimistas que no se atrevían a ponerlas en práctica. Vincent Van Gogh se cortó la oreja de un tajo porque no creía que fuera a sobrevivir a una operación de extracción de cerumen. De hecho tampoco creía que fuera a acertar a la primera con la navaja.Nº 5. Precaución
Los pesimistas nunca se llevan decepciones. Saben que su existencia es una mierda y lo llevan con dignidad. Además, la vida nunca les pilla desprevenidos. Esquivan a tiempo las patadas voladoras que les lanza la cucaracha escondida dentro de su hamburguesa, porque ya se lo esperan, y tienen siempre a mano el kit de primeros auxilios cuando les aplasta el motor de un Boing 747 que se desprende en pleno vuelo.
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