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Sorprende ver las imágenes del precipitado abandono de las fuerzas occidentales de Afganistán. Recuerdan a lo visto en múltiples películas sobre la caída de Saigón en manos del Vietcong, con los diplomáticos estadounidenses escapando en helicóptero desde la azotea de la embajada.
En Afganistán parece que se hubiera estado esperando a robar el último dólar de la millonaria ayuda internacional destinada a reconstruir el país. No voy a escribir aquí sobre el imperialismo estadounidense y la decisión de Biden. Todo parece indicar que desde la caída del régimen talibán, occidentales y peces gordos locales se dedicaron a engordar sus cuentas corrientes más que a poner en marcha un nuevo país, construido sobre cimientos racionales.
Es por esto que la única consecuencia clara es que más pronto que tarde las milicias ultrareligiosas regresarían al poder con sus retrogradas ideas. La mujer volverá a ser nada. Sin posibilidad de trabajar, estudiar o acudir al médico. Todos miraremos hacia otro lado, sin sentirnos concernidos por lo que allí ocurre.
Si en lugar de aplicar tan deleznable política, en Afganistán hubiera llegado al poder cualquier milicia revolucionaria que decidiera disolver el Estado, abolir la propiedad privada y eliminar el capitalismo, todas las fuerzas armadas de los grandes países del mundo estarían movilizadas desde el minuto 1. Pero, ahora, sólo se trata de mujeres.
Miguel Fernández © elkarma.eus
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