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Dice Elvira Lindo que la inspiración para escribir la tomó prestada de Jo March, de Mujercitas. A mí me ocurrió algo parecido. Como a tantas otras, supongo. Me identifiqué por completo con el personaje desde la primera vez que leí la novela en una edición ilustrada de los años 70. En algún momento quise incluso cambiarme de nombre. Cuando la profesora de inglés del cole nos pidió que pusiéramos el nuestro en una cartulina identificativa, escribí un “Josephine” con orgullo de rebeldía preadolescente.
En Hombrecitos, una novela posterior de Louisa May Alcott, Jo March dejaba a un lado sus afanes literarios y regentaba un internado para chicos en compañía de su marido, el bondadoso Friedrich Baher. Cosa que siempre me sorprendió. La lectura de Hombrecitos me producía una sensación incómoda, que por aquel entonces no conseguía definir. Aún no sabía formular ciertas preguntas. ¿Cómo la indómita Jo olvidaba sus proyectos? ¿Tan arrolladora podía ser la realidad? Reviso la biografía de la autora, abolicionista y sufragista. Tal vez las dificultades de una mujer escritora a mediados del XIX se colaron en sus novelas. En cualquier caso, sigo pensando lo mismo que a los diez años: lo mejor de Mujercitas era Jo March. Y esa Jo ya no estaba en Hombrecitos. Será la vida.
Elene Ortega Gallarzagoitia © elkarma.eus
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