En los tiempos del gobierno más progresista de la Historia, sus gestores legislaban a prisa en nombre de la clase media trabajadora. Nadie conocía qué querían decir: si gobernaban mirando a una clase media que también trabajaba o si lo hacían para una clase trabajadora que deseaba ser clase media. Para aquello también necesitaban prescindir de los caducos adjetivos que remitían a eternos conflictos. Las identidades edificadas sobre el deseo colectivo de reinventarse en una nueva sociedad quedaban soterradas bajo ambiguas denominaciones de chatas ambiciones, midiéndose entre opuestos como conservadores o progresistas.

Pero, en los tiempos del gobierno más progresista, la gente del común había dejado a un lado la fe en un futuro necesariamente mejor. Había ya asumido que el porvenir mecánicamente no iba a incrementar su bienestar; que lo mejor era desear que la Historia se parara y que les dejara al menos como estaban. Tocaba afirmar que ya no habría progreso, y tener presente que los gestores que se habían desprendido de toda identidad para refugiarse en aquella etiqueta de progresista, estaban vacíos no solo de futuro sino, sobre todo, de presente.

Jtxo Estebaranz © elkarma.eus