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El dramaturgo Juan Mayorga sostiene que las figuras de ficción son más sólidas que cualquier ser humano. Esto parece aún más evidente en los grandes personajes de la literatura. Un Don Quijote, una Madame Bovary o un Hamlet dan para mucho y ahí están, por los siglos de los siglos, amén.
Pongamos por caso a Segismundo, el protagonista de La vida es sueño. Estamos en 1635, en pleno Siglo de Oro, cuando Calderón de la Barca estrena la obra en Madrid ante el rey Felipe IV. Segismundo es un príncipe encarcelado desde su nacimiento. Su padre, el rey Basilio, teme, a causa de una predicción astrológica, que Segismundo tome el trono y cause el caos en el reino.
Vale y qué, alguien dirá. Si ésto es más antiguo que la pana. Y encima un drama en verso. Pasto para filólogxs.
Bueno, sí. Pero no sólo.
Si usted necesita pasar del lamento a la desesperación y no sabe cómo hacerlo, vaya al primer monólogo de Segismundo. Ese que empieza “¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice!”. Apréndalo de memoria. Diseccione el verso barroco hasta hacerlo suyo. Después busque un teatro vacío. Respire hondo. Recítelo en el escenario dándolo todo en cuerpo y alma. Y luego, ya me cuenta. Verá cómo su autoestima está mucho peor.
Elene Ortega Gallarzagoitia © elkarma.eus
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