Ha venido el Sr. Trump a decir que la ONU no es una organización útil. Sin echar la vista atrás, no hace falta más que ver lo que ocurre en Gaza para saber que tiene razón. Lo que no ha dicho es que su inutilidad viene provocada por la capacidad de veto que, entre otros, los EE.UU. han aplicado históricamente para imponer sus intereses por encima de los derechos humanos y otras zarandajas.

En cualquier caso, incluso manejándola a su antojo, la ONU le parece un peligroso club de ancianos defensores de la legalidad y la diplomacia. Lo peor de Trump no es que su política le convierta en muy peligroso para la supervivencia de la vida humana en el planeta. Es que detrás suyo tiene una corte de admiradores/as que se afanan en ser más papistas que el Papa, con la acertada idea de que quien la diga más gorda llama más la atención y estará mejor posicionado.

Vance, Milei, toda la pléyade de ultraderechistas que eclosionan en Europa como mosquitos después de una tormenta. Algunos ya grandes, otros aún pequeños pero dispuestos a lo que sea para crecer. Y, lo más triste y preocupante, un montón de gente dispuesta a subirse a un discurso de odio, resentimiento, matonismo intelectual (y a lo mejor, también físico). ¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Nadie se pregunta cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Será cierto que el paracetamol (social) provoca autismo (global)?

¿Quién asumirá la carga del espanto que nos espera?

Miguel Fernández © elkarma.eus