A los cansados viajeros que atraviesan la urbe bilbaína en su flamante metro, no les es chocante constatar que, en la línea luminosa que representa recorrido y estaciones, una esté tapada con cinta aislante. Una estación fantasma a mitad de recorrido, tachada del mapa. La de Ibarbengoa-Getxo que, finalizada, nunca fue inaugurada. El motivo: la paralización, gracias a la exitosa protesta vecinal, de la edificación de ocho mil viviendas en el barrio de Andra Mari, que la vació de clientela.
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Como burro con orejeras, cerramos el 2016 siguiendo hacia adelante por pura inercia. A pesar de tener el lomo arqueado ya de tanto peso y malditas las ganas de continuar. La zanahoria, ya ni siquiera apetecible, continúa delante: viernes negro de consumo para despedir el año en el carrusel de unas compras cada vez más cutres o una limosnita para el banco bueno en alimentos de marca blanca sin rascarse demasiado el bolsillo.

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Dos años en barbecho viendo girar el bombo electoral dan para mucho. Hasta para casi olvidar cómo se fueron abandonando las calles y sus protestas, confiando en que las urnas pusieran ellas solitas las cosas en su sitio. Por entonces, para algunos, la obligada elección entre la futura Guatemala y la insoportable Guatepeor, en la que triunfaría la mala, hacía innecesario mantener el esfuerzo de enfrentarse. Para otros, querer ilusionarse con las nuevas izquierdas reformadas, versión abertzale o podemita, era garantía de descanso.
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