Como todo año redondo, el 2015 se despide marcando tendencia. Atrás quedaron antiguas modas, como las de los dictadores con mostacho que aterrorizaban a sus contritas poblaciones acumulando lujo y cometiendo sanguinarios crímenes con sus propias manos. Eran aún tiempos que se resolvían al viejo estilo de la Santa Alianza, aunque aerotransportada. La del 2003, reeditó así el popular éxito de los Aliados Contra los Totalitarios y basó sus mentirijillas en una amenaza de guerra química que quedó en agua de borrajas.
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En los albores de la democracia-web, allá por 2008, la televisión generalista propuso su candidato para las votaciones por excelencia, las de Eurovisión. La bufonada, propuesta cómo no por un humorista con horario prime time, consistió en presentar un candidato que no supiera cantar ni tocar instrumento alguno, pero que tuviera un tema pegadizo lo suficientemente chorra como para dar el pego. Nada, por otro lado, ajeno a las constantes del show business. Los españolitos comulgaron con el chiste, votaron, y el cómico paseó por el europodium su minuto de gloria.

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