Tengo asociados tiempos de bonanza infantiles a un jamón serrano colgado en la pared de la cocina. Luego vinieron mal dadas y ni nos llegaba para el de York. Pasamos directamente al chopped, pero ésa es otra historia.
En aquella época, y en mi barrio, eso del jamón ibérico era algo desconocido, igual que de turrones sólo veíamos dos: el blando y el duro. Ahora, hasta en la charcutería más gore se ha colado el delicatessen, la casta porcina ibérica. Oséase, cerdos de pata negra que viven como ministros o profesores universitarios, felices y contentos, comiendo bellotas en la dehesa. Mientras, ahí tenemos al llamado cerdo blanco, hacinado en cualquier pocilga, alimentado con un pienso que vaya usted a saber. Y sin un Podemos que llevarse al hocico.
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