Ese perfecto imbécil que te aborda en el camerino sin conocerte de nada cuando más tranquilo estás con la única intención de explicarte bien explicado que no le impresionas aunque seas «el de tal grupo», que no te vayas a creer una estrella, que en este mundo somos todos iguales y que además tu música no le gusta. Que no le va, que a él le va otro rollo, que quede bien claro. Que se sepa que no te piensa hacer reverencia alguna porque tú seas tú, faltaría más. Que le importas una mierda, hala, ya está dicho. Todo esto así directamente, sin que la conversación – monólogo más bien, o «mongólogo»– haya llegado por vía fluida a esos derroteros procedente de otros más amables. A cascoporro, sin avisar, sin saludar, sin ser presentados por algún sufrido mediador. Y tú asintiendo por no discutir, mientras piensas a lo Homer «Ajaaa… Patatas fritaaas». (Más…) |