En los regímenes totalitarios y de fuerza, en efecto, el hombre hace don de su responsabilidad, la entrega a sus amos y se convierte en un esclavo irresponsable. Para muchos ésta es una situación ideal: no tienen que pensar ni tienen que elegir. Alguien decide por ellos; el camino que se ha de seguir no es una escogencia voluntaria sino que está determinado por otros. Se vuelve, en cierto modo, al feliz estado de niñez en que la simple obediencia es suficiente y en que el concepto de culpa es trasladado a otros.
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Tenía pensado escribir mi columna sobre Joker, la película de Todd Phillips con Joaquin Phoenix y bla, bla, bla… Pero me di cuenta de que para cuando el lector la leyera, el asunto pertenecería al pleistoceno. Así que me olvidé rápidamente de la cuestión y decidí buscar un nuevo tema sobre cine. Nada. Nada de nada. El Joker es el monotema. Que si qué buena es, que si los gafapastas deberían dejar de meter las zarpas en las películas de superhéroes, que si está cantado el Oscar de Phoenix, que si este meme, que si aquel video bailando Vaina Loca, que si cuánta mamarracha maquillándose como el Guasón en Instagram, que si DC ha ganado la partida esta vez, que qué pesado está todo el mundo con el asunto…
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Está a punto de estallar un nuevo conflicto diplomático con China. Y esta vez no tiene que ver con Trump, sino con algo aún más conservador y reaccionario: los videojuegos. Hace unas semanas, en un torneo de Hearthstone, el popular juego de cartas de Blizzard, al entrevistar a un jugador famoso, ‘Blitzchung’ Wai Chung, terminó su intervención gritando: “Liberad Hong Kong. ¡La revolución de nuestra época!”. Rápidamente cortaron a publicidad y Blizzard anunció que vetaba al jugador de sus torneos durante un año y que perdería el dinero ganado en el torneo. La compañía se escudó en que no quiere temas políticos que dañen su imagen.
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