El conflicto entre empresas de transporte escolar y Departamento de Educación del Gobierno Vasco ha reabierto el debate sobre la idoneidad del autobús discrecional como instrumento pedagógico in itinere. “Nosotros íbamos a pata en los 70. No teníamos problemas de sedentarismo. Aprendíamos de qué va la vida esquivando chutas, quinquis y vehículos con motor de combustión interna”, masculla Genaro Baldragas, que ha llevado a sus nietos a la Ikastola durante las jornadas de paro empresarial. La psicóloga infantil Libe Fentanilokoetxea cree que “no hay mal que por bien no venga” y admite que el alumnado de infantil y primaria necesita “un meneo”.

Ayer fue el último día fácil

Según las AMPAS, se cuentan por decenas los casos de estrés postraumático entre el alumnado. Tiernos retoños que han sufrido el madrugador shock de acudir en vehículo familiar a colegios e ikastolas. “Muchos han visto por primera vez a estresados madres, abuelas, padres o abuelos lanzando amenazas de muerte y devastación a otros conductores en las rotondas”, señala Fentanilokoetxea. La mayoría de estos infantes vascos y vascas tienen asociado el uso del coche a agradables excursiones al centro comercial los fines de semana y no llevan bien que el conductor de su vehículo se enzarce a gritos con el padre de sus compañeros de clase por estacionar en doble fila a la puerta de la ikastola. “Siempre hay gente que se cree especial, como algún que otro asesor del Departamento, ¿verdad?”, comenta un profesor ante su quinta tila del día.

”Son muy blandengues. Cuando yo les dije a mis nietos que o dejaban de darme el coñazo o les abandonaba en la primera gasolinera que viera no pillaron la ironía”, admite Baldragas mostrando la orden de alejamiento que un juez le ha proporcionado. “A mí ya no me joden más”, sonríe agradecido.

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