Érase una vez un parque en el centro de una ciudad. Niños y mayores lo llamaban el parque de los patos. Un día de verano llegó una caravana y las gentes que en ella vivían montaron una carpa redonda y blanca muy cerca del estanque.
Grandes y pequeños esperaron a que la carpa se abriera. Dentro, las gradas se llenaron y todos, pequeños y grandes, guardaron silencio. En ese momento la música sonó. El público se volvió hacia la entrada. Nicole & Martin llegaron hasta el centro de la pista tocando el acordeón y el clarinete. (Más…)

Estaba pensando en apuntarme a un gimnasio cuando cayó en mis manos un libro sobre la Sección Femenina. La S.F., sí, aquella organización falangista que adoctrinó sin mayores sutilezas a las mujeres de la posguerra: a callar, a rezar, a deslomarse en casa y a parir hijos pa la patria y por la patria.
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Alguien con gran mala leche llamó a Pablo Neruda “gran mal poeta”. Ese fue Juan Ramón Jiménez. En su cruzada en pos de la poesía pura, no podía soportar a un personaje ciclópeo capaz de escribir la Oda a la alcachofa. Como afirmaba Oscar Wilde, “la poesía de un hombre es el veneno para otro hombre”. Y tenía razón.

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