julio 8, 2022

Juego de niños: Paisaje de verano

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Aprendí a nadar en el río Aragón, con seis o siete años, junto a la antigua carretera de Pamplona hacia Jaca, bajo el puente que inicia la A-1601. A través de Google Maps puedo ver los bloques de hormigón desde los que me lanzaba al agua cuando gané suficiente confianza. Los veo desde el puente en la pantalla del ordenador. Puedo recorrerlo de manera virtual. Cambio la perspectiva para observar aquellas enormes piedras. De niña me parecía que hubieran estado allí desde el principio de los tiempos. Tenían para mí una cualidad casi geológica. Y según Google Maps allí siguen igual, semihundidas entre el cauce y el bosque de ribera. Restos abandonados de la construcción del puente, mimetizados en el paisaje y en mi memoria con el lecho del río.

Quiero mirar río abajo. Giro 180º. Ya no es el mismo río, y no lo digo pensando en Heráclito. O tal vez sí. Ya sé que yo no soy la misma. Pero oigan… esto es demasiado. Corriente abajo, a poca distancia, se alza un altísimo viaducto. Una obra mastodóntica que parece un mal sueño o, como mínimo, parte de una autovía. Pues eso. Se trata del acceso a pueblos de la zona previsto para cuando el discutido, insostenible y peligroso recrecimiento del embalse de Yesa se lleve a cabo. La ampliación del pantano sería dar la puntilla a unas comarcas que ya fueron vaciadas cuando se construyó el embalse.
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abril 1, 2022

Juego de niños: Bajo el mar

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Una vez decidí ponerme unas aletas, unas gafas y una bombona de oxígeno y tomar lo que llaman un “bautismo de buceo”. Es decir, una primera experiencia de inmersión submarina con el acompañamiento de un instructor. Hacía tiempo que tenía curiosidad por el submarinismo, pero lo iba posponiendo un verano tras otro.

Aquella noche había dormido poco y soñado mucho. Mi zona de confort terminaba sin duda en la orilla. Las primeras nociones teóricas en una piscina no parecían revestir demasiada dificultad. Pero cuando me pusieron encima los 10 o 15 kilos del equipo al completo -traje de neopreno, plomos, reguladores, manómetro y profundímetro, chaleco compensador, botella de aire comprimido, máscara, tubo y aletas- dudé de cualquier afición anfibia. Sin embargo, esa sensación de absoluta impericia iba disminuyendo a medida que me sumergía en el mar.

Entonces, algo hizo clic en mi cabeza. Era el silencio. El silencio y el ritmo de la respiración. Ya no era la bípeda torpe de unos minutos atrás. No importaba quién era. Dejé de pensar, de rumiar, de idear. Estaba presente. El ahora era amplio y profundo. Veía los peces alrededor mientras me sentía volar entre la superficie y el fondo. Me asomaba a un mundo ajeno y familiar a la vez. Era un ser en moviento suave y continuo. Era un ser más.
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diciembre 30, 2021

Juego de niños: En pijama

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Durante el confinamiento los ciervos bajaban a las ciudades y los delfines se acercaban a los puertos. Creímos en cierta hermandad por asomarnos a los balcones para aplaudir a los sanitarios. “Todo irá bien”, decían desde las ventanas los arcoiris pintados. “Salimos más fuertes”, proclamaba el slogan del Ministerio de Sanidad. Después del #YoMeQuedoEnCasa algo iba a cambiar. Eso de andar a todas horas en chándal -o mejor aún, en pijama– hacía su efecto.

Según un estudio difundido por The Guardian en mayo de 2020, los hábitos de consumo de la llamada Generación Z podían acabar con la moda rápida. Los más jóvenes habían descubierto durante los peores meses de la pandemia el reciclado y la reutilización de prendas. Aumentaba entre los 18 y los 26 años la preocupación por un consumo responsable. Por su parte, Zara, H&M y demás gigantes del fast fashion se tentaban la ropa y lanzaban colecciones sostenibles. Vamos, que aprovechaban la supuesta sostenibilidad para hacer negocio.

En menos de dos años el panorama es otro. Ahora la amenaza para esas empresas se llama Shein. La tienda china online de moda ultrabarata y ultrarrápida es hoy, vía Tik Tok e Instagram, la marca de ropa más popular para la Generación Z. La rueda se ha puesto de nuevo en marcha y va cada vez más deprisa. Vamos bien. Pues para eso, mejor como hizo Onetti: no se levanten de la cama. Por compensar, más que nada. Y por si les cae el Premio Cervantes.
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