A propósito de la brutal paliza que un bocazas sin correa ni bozal propinó a un hombre en Barakaldo, me pregunto por qué muchas veces todavía se ven determinado tipo de perros en compañía de jóvenes (y no tan jóvenes) a los que los demás, seamos personas o animales, no les importamos ni un hueso. He llegado a ver alguno de estos perros en las peligrosas manos de niñatos que, para empezar, ni se molestan en ponerles un collar. Por no mencionar la chulería y arrogancia de semejantes sujetos al recordarles sus obligaciones. Cualquier capullo acomplejado no debería tener acceso a mascota alguna.
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Hace tiempo que no se oye la palabra crisis. ¿Quiere decir que ya está superada? ¿Tenemos dirigentes políticos inteligentes? ¿Los hombres fingen continuamente sus orgasmos? Todavía hay miles de jóvenes menores de 35 años que emigran cada mes en busca de trabajos dignos. Los que nos quedamos, nos ocupamos en lo que sea y cobramos cuando los empresarios quieren. Pobrecitos, ellos también sufren problemas económicos. A veces, me entran ataques de optimismo en los que pienso que con esfuerzo podría conseguir lo que me propusiese. Después, me quito las legañas y deseo que todo siga igual.
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Dos calles más abajo de mi casa han abierto una tienda de música. Entre una degustación –donde, por cierto, el café está buenísmo- y una carnicería –donde suelo comprar el jamón de york- alguien se ha liado la manta a la cabeza y ha decidido ofrecer alimento para el espíritu. Lo cual me sorprende y alegra al mismo tiempo. Tiene su mérito vender partituras, metrónomos, flautas y guitarras en un barrio donde hay una frutería cada doscientos metros y una peluquería cada trescientos. Que esa es otra. Parece que en este pueblo nos pasamos la vida comiendo fruta y tiñéndonos el pelo.
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