Juego de niños: Paisaje de verano
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Aprendí a nadar en el río Aragón, con seis o siete años, junto a la antigua carretera de Pamplona hacia Jaca, bajo el puente que inicia la A-1601. A través de Google Maps puedo ver los bloques de hormigón desde los que me lanzaba al agua cuando gané suficiente confianza. Los veo desde el puente en la pantalla del ordenador. Puedo recorrerlo de manera virtual. Cambio la perspectiva para observar aquellas enormes piedras. De niña me parecía que hubieran estado allí desde el principio de los tiempos. Tenían para mí una cualidad casi geológica. Y según Google Maps allí siguen igual, semihundidas entre el cauce y el bosque de ribera. Restos abandonados de la construcción del puente, mimetizados en el paisaje y en mi memoria con el lecho del río. |
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Mi marido y yo siempre nos hemos considerado una pareja progresista y curiosa porque nos gustaba jugar con comida durante el sexo, como en la película 9 semanas y media. Con la subida de la inflación dejamos de comprar comida con fines eróticos y desde ese momento hemos dejado de tener sexo. ¿Va a resultar que lo que realmente nos gustaba era comer y no follar?
La industria del cine se encuentra perdida cual proverbial pulpo en el no menos proverbial garaje y apuesta sin arriesgar. Lo que es un riesgo en sí mismo. Convencida de que rentabilidades pasadas sí asegurarán rentabilidades futuras, se suma al carro de Bohemian Rhapsody y Rocketman para rebañar taquilla con biopics. Pero sin la audacia de Un hombre para la eternidad (¿Tomás Moro? ¿En serio?) ni el gusto por la originalidad dramática, ya dentro del género musical, de El ocaso de una estrella (ver sufrir a Billie Holiday es catártico). Así que se lanza a producir la enésima película sobre la peripecia vital de Elvis, porque, se conoce, del señor de Tupelo que pasó de ser un figurín con caderas multitarea a una nutria vestida con buzo blanco de flecos no se había dicho la última palabra.
