Como todos los niños, leí el cuento Blancanieves, de los hermanos Grimm, en el que se narra que la reina madrasta de una infanta tenía un espejo colgado de la pared, al cual preguntaba diariamente: «Espejito, espejito, ¿quién es la mujer más bella?». Y el espejo le contestaba: «Tú eres la más hermosa». Así fue hasta que Blancanieves creció y se hizo muy bella. Entonces el espejo, que no sabía mentir, respondió a la diaria cuestión: «Majestad, aquí, en palacio, eres la más bella; pero Blancanieves es la más bella de todas las mujeres del reino».

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Tras el veredicto de los Globos de Oro uno llega a la conclusión de que esto ya no es lo que era. Será la edad, pero es que el panorama se me antoja un tanto desolador. No deja de ser frustrante que la mejor película del año, parece que por consenso aunque el jurado de los Globos no ha opinado lo mismo, sea una película de tortas, persecuciones, disparos y menos diálogo que un debate entre Ylenia y Makoke. Y no deja de ser más significativo que su director (hablamos de Mad Max por si algún lector sigue en babia), George Miller, pertenezca a la vieja escuela, con 70 tacos cumplidos.
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Hace varios años ya hablé aquí de una incipiente y peligrosa tendencia que empezaba a extenderse para nuestra desgracia, como los pantalones cagaos, pero al final se ha acabado convirtiendo en la norma: en apenas un lustro hemos pasado de estudios que metían modo multijugador a martillazos en sus juegos, aunque no encajaran para nada con su tono y ambientación (como Dead Space 2 o Bio-Shock 2), para llegar así a ese multitudinario público de los niños-rata los compraran, a lanzar títulos directamente sin campaña.
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