Eran ricos, eran guapos (bueno, Lauda no tanto) y eran famosos. Al mismo tiempo, su profesión consistía en jugarse el tipo a 200 millas por hora, metidos en una especie de ataúd con ruedas relleno de combustible híper-inflamable. Alguna peguilla tenía que tener. Ese es el contexto en torno al cual gira la trama de la última película de Ron Howard, la pugna entre el playboy británico James Hunt y Niki Lauda, un austriaco más áspero que un bocadillo de cardos con pan de ayer, por hacerse con el título de campeón de la Fórmula 1 del año 1976. Una pugna no especialmente amistosa. Pero claro, para qué iban a llegar a las manos estos muchachos cuando podían hacerse adelantamientos peligrosos en pista mojada y ponérselos de corbata mutuamente.
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