Para una amante de la música, estar en el concierto de mi grupo favorito debería ser una de las mejores experiencias vitales. Cerrar los ojos, dejarse llevar, gritar con ganas, compartir el espacio con personas del mismo rollo. Bien, ¿no?
Apuras los minutos para ir porque ya no puedes beber alcohol en la cola. Y claro, todo el mundo piensa igual y te comes una fila kilométrica apenas quince minutos antes de que empiece el concierto (ponle el sentido que quieras… o ninguno). Pero empiezan a sonar esos acordes y todo cambia. Salto y canto con ganas. Y me ahogo. Gracias, mascarilla. (Más…)
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