Entre las muchas misiones que tiene la prensa, además de la de ser faro y guía, de marcar el paso al lector biempensante y aleccionarle sobre la vida en este proceloso mar que es el devenir humano, está la de proyectar una sociedad perfecta. La de perfilar horizontes de grandeza. La de construir con sus páginas un confortable nido (de manera figurada, claro, no como cuando se colocan las hojas del diario en el suelo de la jaula del canario para que deyecte sus excrementos) en el que acurrucarnos y atrevernos a soñar con un mundo ideal. Uno en el que seamos felices, nunca llueva en fin de semana y la Declaración siempre salga a devolver. Por eso la prensa se enfurece tanto ante las injusticias y se hace eco de ellas sin prurito ni complejos. Siguiendo el ejemplo, EL CORREO del 27 de marzo, en su página 14, a cinco columnas, amplifica esa ira, nunca más contenida, y da voz a la indignación: «La rectora de la UPV califica de «escandaloso» que los titulados universitarios cobren mil euros».
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