Los nombres de asociaciones, promociones, empresas de varios tipos, etc, que se llaman Amena, Actúa, Alquimia, Avanza o cosas así, apestan. Tienen toda la pinta de que alguien ha escogido una palabra demasiado bonita, demasiado noble para lo que hay detrás. Son como las mil especias que lleva un pincho moruno para ocultar (cuando es el caso) que la carne que se ha adobado es de mala calidad o está en mal estado. Son como el maquillaje, como la cirugía plástica, como el traje carísimo y bien cortado que se ponen algunos grandes genocidas para parecer respetables.
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En este momento de la actualidad, no sabemos si Trump está chalado o trabaja directamente para Putin. En Francia un experimento de política postmoderna ha devorado definitivamente el modelo de equilibrio del sistema que ha “garantizado paz” social durante décadas. Fagocitando políticos de un lado y otro del sistema puede ofrecer una solución momentánea, pero quizás está labrando una brecha más profunda para un futuro inmediato. En Brasil se demuestra lo que todo el mundo presumía: que quien derrocó a la anterior presidenta con la excusa de la corrupción es todavía más corrupto que ella.
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Cuando los quince años gloriosos de la Globalización finalizaron, ahora hace diez, el concepto de moda entre sus críticos era “la obsolescencia programada”. Con aquellas grandes palabras se nos explicaba que el maquiavélico capitalismo diseñaba en secreto sus productos industriales para que dejaran de funcionar al de un tiempo concreto, con independencia de su verdadera vida útil. El ejemplo estrella eran las bombillas creadas para fundirse en breve, y el mito hablaba que una robusta bombilla, ajena a la conspiración, seguía luciendo sin descanso ni griparse en la desaparecida Alemania comunista.
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