julio 28, 2021

En primera persona: Cameos

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El oportunismo mediático no es un departamento estanco. Según la tecnología va modificando los usos y costumbres de la población en materia de ocio y exposición a los medios, estos evolucionan para adecuarse al gusto del consumidor. Y esto los próceres, o sus asesores, lo saben. A diferencia de lo que sucede en los Estados Unidos, la clase política se ha mantenido cauta a la hora de planificar sus apariciones estelares en programas de televisión o producciones cinematográficas, las grandes plataformas del entretenimiento para la generación boomer y los millennials más talluditos. Hay pocos casos, pero los hay. Algunos de los más conocidos son el cameo de un pre-presidencial Mariano Rajoy en Jacinto Durante, representante o el mucho más sangrante de Alberto Ruiz Gallardón en Holmes & Watson: Madrid Days. Había que estar con el pueblo.
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julio 25, 2021

Butaca de Gallinero: Frikismo oficial

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Hace poco más de un mes se celebraba esa fiesta de nuevo cuño que es el Día del Orgullo Friki. Una charada para que quienes un día se pusieron una camiseta de Juego de Tronos (serie cuyo final vieron 19 millones de personas, sólo en Estados Unidos) se sientan parte de una pequeña comunidad elitista de gustos raros y exclusivos a reivindicar. El frikismo, marea mainstream de consumidores masivos y serializados, se une al proverbial (y ya revenido) tributo a los 80. Pero, como en todo, la nostalgia vicaria, o por proxy, es selectiva. Así, es fácil ver a gente ataviada con memorabilia del Sloth de Los Goonies, del Gizmo de Gremlins, del Pinhead de Hellraiser o de Doc y Marty de Regreso al Futuro. Algo menos habitual será toparse con alguien con una chapa del Número 5 de Cortocircuito, y aún más raro será coincidir con el portador de una camiseta de Cocoon.
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julio 23, 2021

Península Histérica: Refugiados

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La socialdemocracia danesa está estos días en el centro de la atención mediática por haber «subcontratado» la gestión de sus refugiados a terceros países. Digamos que se trata de mantener la solidaridad, pero no dejar que los pobres manchen las impolutas y blanquísimas calles de Copenhague.
Tras la compra-venta de los derechos de polución y los mercados de cosechas a futuro podría parecer esta otra inmarcesible innovación de la democracia clásica. Lo cierto es que tampoco es muy novedosa. La UE lleva años pagando de lo lindo a democracias tan destacadas como Turquía y Marruecos para que ejerzan de tapón mamporrero frente a quienes todavía fían sus esperanzas de mejora en «el sueño europeo». A veces los guardianes se revuelven, y entonces se abre más el zurrón.
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